miércoles, 11 de noviembre de 2009

A Ramón Sijé


Para mi, esto que aquí os pongo, es una de las mejores elegías que se hayan podido escribir en la lengua castellana. Miguel Hernández, poeta al que leí hasta el hartazgo en mi adolescencia y al que admiro vivamente, escribió esto a su amigo Ramón, del cual se había alejado para acercarse al círculo que Neruda estaba formando en España.

La amargura de esta elegía se puede entender en parte en ese verso que dice "tenemos tanto de que hablar" puesto que los dos poetas, Sijé también lo era, tuvieron sus más y sus menos y no volvieron a entablar conversación nunca más. Hernández, roto por el dolor y la pena de no haber arreglado las cosas con su amigo, plasma aquí todo su arrepentimiento. Desgarradoramente poético.

Cuando el año pasado coincidí en Burgos con Gabriele Morelli, uno de los grandes estudiosos de la obra del poeta levantino, llegamos a la conclusión, tras unos cuantos cafés y humo, de que sin duda esta elegía es la una carta al difunto Sijé, una de las más brillantes elegías escritas en castellano junto con la de Lorca a Ignacio Sanchez Mejias y Lope a su hijo Lopillo y una composición, ciertamente, no suficientemente apreciada.

Tienen versos maravillosos, imagenes y figuras preciosas y sobre todo... sentimiento. Aquí no hay yo poético que valga. A disfrutar.


(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
con quien tanto quería).

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento.
a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas

del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

1 comentario:

  1. Qué bonita es esta elegía, la primera vez que la leí se me pusieron los pelos de punta con la última estrofa.
    Gracias por los ánimos, Egoitz.
    Por cierto, tu poema "¿Dudas? Yo también dudo..." que encontré en un número del ajolote, me ENCANTÓ :)

    Un abrazo,

    ResponderEliminar

Gracias por añadir cordura a las quijotadas.