sábado, 30 de enero de 2010

Siempre y cuAndo

No tengo ni idea is te has ido ya o todavía andas por aquí. No hace mucho me dijo María que te quedaban ya tres semanas para irte a Chile. No recuerdo si eso fue hace más o menos de tres semanas.
Si te has ido... esperaba al menos un mail, un sms... algo. Parece que he desaparecido de tu vida. No tengo ni idea de quién es ahora el que se despierta por las mañanas y ve tu cara frente a la suya. Tengo entendido que es de Pamplona. Ya me lo imagino.
Pero desde luego esperaba un adios o, por lo menos, un "vete a tomar por culo". Yo que sé.
Triste es además que tenga q ue tener noticias tuyas por medio de un tercero. Parece qu se te ha olvidado escribir o contestar o leer o...
Te acuerdas de cuando te dejo... yo sí. Entonces bien que te venías a mi vera. Hoy me he acordado de aquel lejano tiempo al escuchar esta letra que tanto te gusaba y que tanto me cantabas. A día de hoy, que yo sepa, la vida no te ha abandonado.


Siempre y cuAndo la vida no me abandone,
Persiguiendo algo que mantenga tus manos
Llenas de flores.

Siempre y cuando consiga que ya no llores,
Nunca ya aunque la vida tenga pensados
Temas mejores.


Conduciré camino aunque reviente
En mis talones rompiendo las olas,
Removeré el mundo hasta que te encuentre
No importan los días, que pasen las horas.
Y correré aunque me siga la muerte
Llevo en la bolsa escondido un cuchillo,
Para cortar de mis alas sus redes,
Volar donde estés y quedarme contigo.

Y yo que sé donde he dejado la cabeza,
si pasa el tiempo y sigo rodando por la vida,
Como si en vez de cien años hubiera pasado
(futuro-pasado) un día.
Y yo que sé donde he dejado la cabeza,
si pasa el tiempo y sigo rodando por la vida


Siempre y cuando la vida no me abandone
(pasado-futuro-pasado-un día, un día)
Voy barriendo los restos de mis mentiras
Por los rincones.

Siempre y cuando no digas que te abandone,
Nunca y aunque la vida tenga pintados
Cuadros mejores.


Conduciré camino aunque reviente
En mis talones rompiendo las olas,
Removeré el mundo hasta que te encuentre
No importan los días, que pasen las horas.
Y correré aunque me siga la muerte
Llevo en la bolsa escondido un cuchillo,
Para cortar de mis alas sus redes,
Volar donde estés y quedarme contigo.



Si algún día la espalda cansada
Te llena las manos de humo.
No sé ni que hora es,
Pero estés donde estés
Cuenta con que es seguro...


Conduciré camino aunque reviente
En mis talones rompiendo las olas,
Removeré el mundo hasta que te encuentre
No importan los días, que pasen las horas.
Y correré aunque me siga la muerte
Llevo en la bolsa escondido un cuchillo,
Para cortar de mis alas sus redes,
Volar donde estés y quedarme contigo .



Torcuato Gemini

Mirá qué belleza este poema de Torcuato Gemini del siglo dieci... del siglo... de un siglo.

Aunque el sol ya se escondió
no esperes que yo me vaya;
amante fiel como yo
otro no, no creo que hai...ga.

Porque ya es noche cerrada
tú ni siquiera me ves.
Me encontrará la alborada
aquí, rendido a tus pies...es.

Tengo sueño, es mediodía,
quema el sol; pues bien, me iré.
Más tu recuerdo, alma mía,
me seguirá donde esté...aah.

Qué belleza, ¿eh? Y el último... el último es un "sonecto" que... es... a mí es el que... el último siempre me... de todos el más... a mí el último me... es un... el autor... y a mí me... es el que... yo cuando... se ve que en esta ed... siempre tuve como... a mí es el... el último a mí me... es el que... bueno a vos no te, a mí sí me, cada cual... a mí me... es el que... como yo si... una vez lo... y después... otra vez y otra vez me... y después otra vez me... me... ¡me copa!

Se terminó de imprimir en los Talleres Gráficos "El Amanecer"...

sábado, 23 de enero de 2010

tarde con sabor...

Tarde con sabor místico. Consulto con San Juan de la Cruz unas cuantas cosas para ver si la traducción del Cántico Espiritual al euskera es lo que tiene que ser y parece ser que lo és. De fondo tengo el oratorio del Verbum Panis del MGC di Firenze y otras indecencias. Estoy tranquilo.
Es buen momento para adentrarse en la espesura...

1 Dalla aurora al tramonto

5 Llama de amor viva

jueves, 21 de enero de 2010

poemilla del nuevo Ajolote

Queridos hermanos y hermanas en el Señor, hoy estoy solemne, aquí os cuelgo el último poema que me han publicado en el Ajolote. Hemos tenído que esperaar bastante, 3 meses, para ver un nuevo número de nuestra querida revista poética pero ya ha salido. Veo que mi querida Anaïs ya ha colgado en su blog la revista para quien quiera descargarsela. Yo no tengo ni idea de cómo hacerlo, pues, el enlace que tengo puesto en la actualidad lleva al anterior número de la revista. Ya me informaré del asunto.

Baladilla de otoño o

de la amargura del quererte

Herido sin remedio por
la amargura del quererte,
sabiendo que no te puedo
perder todavía más
de lo que ya te he perdido
quiero acabar de olvidarte.
Tanto me resucitaste
que se me ha olvidado morir.
¡Cómo puedo yo vivir
si soy más tuyo que mío!
Y si te olvido, me olvido…
Y si te odio, te quiero…
Ya no me hablas. No soy nada.
¡Ah! ¡Tú! ¡Mujer de otoño!
Los versos que yo te he escrito
mueren en olvidados cajones
y se pudren en cuadernos amarillos.
Hoy
con nada puedes amenazarme:
lo que tenía por perder
ya todo lo he perdido…
No tengo miedo a perderme
si te confieso, si te digo
que yo sin haber sido
ni tu novio, ni tu amante
soy el que más te ha querido.
Con eso tengo bastante.

¿Maldición bíblica?

Según se lee aquí, algún misterioso maleficio ha debido de padecer Haití para merecer tanta desdicha a lo largo de su historia. La razón sería la sinrazón: una especie de "maldición bíblica" (sic) que se habría apoderado de ese país sin que éste tuviera culpa alguna. Todo vendría de la dichosa maldición, lo monstruosamente inexplicable, el caos que se confunde con la divinidad.

Es como mínimo curioso que cierto progresismo, tan racionalista él, recurra a explicaciones míticas de vez en cuando. ¿Por qué Haití no ha sido un paraíso, se sigue preguntando candorosamente nuestro articulista, si fue un ejemplo extraordinario para el mundo al ser el único país nacido de una rebelión de los parias de la tierra? Pues, por eso justamente amigo mío, porque nació de la violencia y el terror más absolutos. Los nuevos amos fueron ex-esclavos que imitaron con la mayor ferocidad a sus antiguos opresores. No suprimieron el racismo, porque eso lo habían mamado de sus señores franceses: mandaron exterminar a los blancos y enseguida se dedicaron a esclavizarse unos a otros. De hecho, las disputas entre mulatos y negros han sido constantes desde entonces. Además, los haitianos tuvieron gobernantes enloquecidos que siguieron los usos de la metrópoli explotadora que los trajo desde las costas africanas. En parodia grotesca de Napoleón, el ex cocinero Henri Christophe llegó a proclamarse rey de Haití y construyó seis castillos, ocho palacios y una fortaleza disparatada en el norte de la isla, antes de suicidarse por miedo a sus súbditos sublevados. Lo cuenta el mismo Carpentier en El reino de este mundo.

Muchos desastres naturales ha sufrido América pero en ninguno de ellas, creo recordar, ha sucedido el estado de colapso que padece la ex colonia francesa. Al margen del nivel espantoso del terremoto, hay otras razones -y no bíblicas, precisamente- que permiten entender mejor todo: la miseria del país es la fundamental y ésta, a su vez, se debe al estado tradicional de anarquía que ha vivido Haití.

Una sociedad no puede vivir sin instituciones: sin justicia, iglesia, parlamento, organización sanitaria, policía... Es verdad que en otros países -pienso en la catástrofe de El Niño en Perú, en los endémicos huracanes y terremotos en centroamérica- la devastación ha sido enorme. Pero no hasta el punto de necesitar ayuda militar del extranjero para evitar la anarquía total. La diferencia de Haití con las repúblicas hispanoamericanas hay que buscarla en que éstas nacieron de una rebelión de las élites criollas. Con sus luces y sus sombras, los próceres de la Emancipación pusieron en marcha unos países que querían ser institucionales. Esta es la diferencia que marca a unos países de otros cuando vienen las catástrofes.

viernes, 15 de enero de 2010

sincerándome...

Me voy a sincerar. Ya es hora. Igual así descargo un poco este hervidero de ideas y pensamientos que llevo detras de las gafas, si, ahí, encima del cuello y debajo del pelo (que hay que cortárselo ya).
Pues resulta que es enero y sin darme demasiada cuenta he cumplido 23 años. ¿23? Sí, 23. Y ahora me pregunto yo, ¿Donde quedan los 18,19,20,21,22? buena pregunta Carolain. No tengo ni idea. No los guardo, se han ido. No es que yo lo haya mandado, es que se han ido. No han dejado huella en mi. En estos años no he conocido a nadie que me haya marcado, no he hecho nada de lo que me sienta orgulloso (y lo poco que he hecho nadie me lo ha reconocido). Mi música y poesía hechas con tantísmo dolor han sido ignoradas por el mundo y al final por su autor.

Si algo ha habído digno de mencionar de tres años para aquí es lo mucho que estoy disfrutando formandome en diversas disciplinas. Pero... ¿de qué vale saber sobre locos, cuentos viejos, piedras y rimas? A día de hoy nada.

No pido alabanzas, no pido homenajes, solo que la gente de mi entorno me reconozca lo que he hecho bien, así como me han hechado en cara lo que es hecho mal. Es justo y necesario.

Llevo, en otro orden de cosas, demasiado tiempo arrastrando cruces y no llego al calvario. La vía dolorosa se está haciendo muy larga. La agonía. Pero es una agonía tan larga que se me ha inmunizado el cuerpo y ya no duele. Ni tan siquera duele ya. Y añoro el dolor. Entonces, al menos, sentía. A día de hoy nie eso. Llevo ya unos años en fase ladrillo. Sin sentir ni padecer.

Siempre he sido enamoradizo. Yo confieso ante... lo he sido. Pero me he llevado más ostias que una pandereta gallega. Todavía me traspasa el corazón ese rayo que no cesa desde que empezó a iluminarme cuando tenía trece años. Esa terca estalactita que se hunde poco a poco en un corazón que es inmaterial. Ella tenía once. Y va siendo hora de alzar el vuelo no? una década de ascensión al gólgota.
Pero el resto de lances no me han ido mejor. Perdí espada en todos. Tampoco han sido muchos. Creo solamente uno, serio, vamos. Todavía reciente. Dos años que desnudé mi sentir delante suya. Dos años que paenas sé algo de ella. La última vez que nos vimos... septiembre. Mejor no recordarlo.
No es dolor, es pena. Es una nostalgia que se ha enquistado y provoca ataques de melancolía. Arrebatos pesadumbre. Llorar y llorar y llorar por todo. Hasta porque Manbrú se fue a la guerra.
Cada día soporto menos a la gente que se acerca a mi diciendo que me entiende y a cada palabra demuestra que no. Y más todavía a los que me dicen que son tonterías infantiles. Una puta mierda. Mi vida es solo mía y yo la sufro. Si quieres arrimar el hombro para cargar parte de mi cruz te lo agradezco, pero ni me pongas zancadillas ni te subas encima. Bastante tengo.
Ya no puedo escribir. Ya...

Dios me pide más de lo que ahora estoy dispuesto a dar. Lleva unos años machacándome con lo mismo y yo no quiero. NO QUIERO. Ahora, al menos, no. Pero muchas veces me embarga la nostagia de Dios y eso sí que me duele. Me duele y mata. No es un dolorcillo ingenuo... es dolor. Me veo felíz en otro lugar, ahciendo otras cosas con otras gentes y... no. Ahora no. Déjame en paz. ¿no ves que estoy herdio por el amor humano? mal argumento. ¿Eres capaz de llenar mi vida?

Así estoy yo...

Sin que sirva de precedente

Pues hoy también comparto plenamente lo que dice el donostiarra y lo reproduzco:

La Opinión de Gabilondo: 14 de enero

"No nos acusen a nosotros. Es la actualidad la que se ha puesto demagógica. Cuando todo el mundo se vuelca con Haití, cuando millones de personas de economía modesta se rascan los bolsillos para poder ayudar a ese país desventurado, los presidentes de los bancos más importantes de los Estados Unidos comparecían ante la comisión de investigación de la crisis, en el Congreso.

Una ceremonia catártica, dice hoy el "New York Times". Porque, ante los diez hombres sin piedad de ese comité, los grandes bancos están siendo tratados como sospechosos sociales, como sospechosos de haber provocado la debacle financiera.

La dureza de las preguntas lo atestigua. Asimismo, el impuesto que hoy ha anunciado Obama se anda con pocos eufemismos. La tasa que se piensa aplicar a los cincuenta principales bancos del país, para recuperar fondos públicos gastados en la estabilización del sistema, se llama "impuesto sobre la responsabilidad de la crisis".

Haiti-Wall Street, las dos caras de la realidad, aparecen hoy juntas, componiendo un binomio insoportable. Si fuera por la emoción de hoy, si fuera por lo que hoy siente el mundo, diríamos que algo trascendente está a punto de cambiar. !Qué lastima que no vaya a ser así!.

La comisión de investigación de los bancos presentará su informe dentro de once meses. El 15 de diciembre de dos mil diez. Para entonces, Haití habrá tenido tiempo de ser devorada otra vez por la miseria y el olvido.

Del actual movimiento solidario solo quedará una sombra, la admirable sombra de los que actúan siempre, con noticia o sin ella. ONGs y organizaciones de este tipo. Los buenos propósitos habrán quedado en la décima parte de la mitad. Los grandes bancos, por su parte, habrán transformado todo lo que tengan que transformar para que nada cambie.

Y no es fatalismo. No es pronóstico negro de pájaro de mal agüero. Es que Haití y Wall Street no son dos casualidades. Son dos consecuencias, ejemplos paradigmáticos extremos de un modelo que necesita carroña para que puedan volar los buitres."

jueves, 14 de enero de 2010

Haití en palabras de Gabilondo y recuerdo por los muertos


Hace mucho que dejó de caerme simpático Iñaki Gabilondo. No me gusta nada ese rollo que se trae. Detesto los espacios de 5 minutos que se autoconcede en los informativos para pontificar un rato y soltar, muchas veces, falacias de tercera y soplagaiteces varias.
Pero esta vez tengo callarme y darle razón. Suscribo palabra por palabra lo que dice Gabilondo en este escrito. Es lo que dijo en informativo de ayer:

"Hay muchos mundos en este mundo y Haití es uno de los peores. Su extensión es, aproximadamente, como la Comunidad Valenciana. Y el setenta por ciento de sus ocho millones y medio de habitantes vive por debajo del mas bajo de los umbrales de pobreza.

Las enciclopedias nos recuerdan que la República de Haití tiene la renta per capita mas baja del hemisferio occidental. Su historia es una sucesión interminable de abusos. Es un país pisoteado por todas las formas conocidas de explotación.

La dramática paradoja de Haití es que fue la primera república negra, en 1804, fruto de la revuelta de los esclavos. Creyeron haber conquistado la libertad pero, desde entonces, fueron esclavizados por tiranías abyectas, reyes megalómanos y una turbamulta de dementes, a mayor gloria y provecho de una oligarquía local corrompida hasta la médula.

Dicen que en el pasado Haití era un jardín del edén. Ahora está convirtiéndose en un desierto deforestado. Los haitianos que pueden, se van: doce mil cada año. Un perro más que flaco atacado por todas las pulgas.

El año pasado, el encarecimiento del precio de las materias primas les trajo grandes hambrunas, y la crisis financiera mundial significó un gran recorte en la ayuda internacional que recibía. Además, Haití no se había repuesto todavía de los destrozos provocados por el huracán Jeanne, que hace cinco años, en 2004, se cobró más de dos mil vidas y dejó sin alimentos ni agua a ciento setenta mil personas.

La devastación de hoy, con miles de muertos, no es solo consecuencia de una catástrofe natural, sino también de la fragilidad de una tierra desamparada, con estructuras de papel, saqueada por dos siglos de injusticia.

Hoy Haití nos duele, pero no tardaremos más de una semana en devolverla a sus tinieblas, a ese batallón de castigo de los países olvidados, abandonados a su infortunio. Más distantes de nuestra atención que la luna o Marte. Y nosotros seguiremos hablando de la globalización."

Vaya pues desde aquí una oración por Haití, por todos esos que no van tener quien les rece y cante:

Las saetas

Desde antaño la semana Santa ha sido profundamente vivida y sentida en nuestro país, y así al hilo de estas pascuas han salido manifestaciones de fe y devoción própias a lo largo de nuestra geografía. Los pasos de semana santa... y un fenómeno muy andaluz, aunque, ya extendido al resto de regiones es la saeta. Estas letrillas populares y maravillosas son la manifestación mas pura de la fe popular del pueblo andaluz y que solo por ello merecen ser estudiadas y admiradas como lo que son; Literatura y por tanto arte.


Hoy en día, cuando nos referimos a ella, casi siempre están en nuestra imaginación las Saetas que se cantan en la Semana Santa andaluza.

Este cante, que en su origen sería un rezo, una invocación en voz alta dirigida a la Virgen o a Jesús, esto es, una petición de auxilio o de alguna gracia, como cante ha llegado a transformarse de tal modo que lo que en principio fue una oración sin melodía se ha convertido en uno de los cantes andaluces más bellos y sensibles.

Al hablar de la Saeta se suele decir "transformación", y no "evolución", porque en efecto este cante se transformó de la noche a la mañana, cuando fue cantado con el estilo de la siguiriya o del martinete.

Naturalmente que las Saetas son más bellas y gustan más cantadas de esta última forma, pero es que lo que ganan en hermosura lo pierden en sencillez y espontaneidad. Hoy en día difícilmente sale un humilde hombre o mujer del pueblo cantando Saetas al paso de las procesiones en plena calle.

La Saeta se ha convertido en un cante de muy difícil ejecución, cante difícil de ejecutar por un aficionado.

Las letras de Saetas que conocemos evocan a un momento de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, del Dolor de la Virgen o bien de una de las Escenas. Hay otras que son puros y simples piropos a la virgen o al Señor. Esto último no nos tiene que sorprender, quien comprenda la imaginación del pueblo andaluz y el modo en que este pueblo intuye la Semana de Pasión.

Ni por dulce ni por buena
es comparable la miel
con tu dulzura morena,
si se compara la hiel
con lo amargo de tu pena.

No sabemos desde cuando se empezó a cantar saetas ni cuando se cantan. Como los toros y el baile flamenco, su historia es fechable sólo a partir del último tercio del siglo XVIII, pero es lo más probable que existiesen antes. No creemos, con Máximo José Can, que la Saeta haya sido creación sin génesis de los judíos españoles, llamados popularmente "marranos".

Creemos, por motivos que no es el caso exponer aquí, que la Saeta es creación andaluza y cristiana. Y que la Saeta es, pues, la genuina voz de nuestra Semana Santa, con fases de crisis, con certísimas renovaciones, con algún renacimiento, la Saeta cumple de más la misión religiosa de renovar ampliamente la conciencia cristiano de la Pasión.

El corpus de letras está por recoger. Cada año nacen saetas nuevas, son variaciones del mismo o de los mismos temas.

Hay, pues, muchas clases de Saetas, pero entre todas, sólo una es autónoma y presenta caracteres propios. Es la Casi perdida Saeta que cantaron El Niño Gloria, su hermana La Pompi, el genial Manuel Torre... La que cantan muy pocos, pero también cuenta con grandes maestros, como la que cantaba Antonio Mairena y hoy su hermano menor Manolo.

La Saeta puede llegar al rango de consumada obra de arte, pero en su calidad de espontánea oración cantada ante una imagen que pasa procesionalmente. Esa calidad no es imprescindible, aunque constituye una excelencia.

Una Saeta mal cantada, o dicha con pobre voz pero sincero sentimiento nos conmueve también y cumple su misión saetera de herirnos el corazón con su dardo religioso.

Cristo, de Gracia te pido
que vuelva la cara atrás,
que a los ciegos le dé vista
y a los presos libertad.

Una cuarteta o un quinteto romanceado es la estrofa que normalmente se utiliza en la Saeta, amén de muchas clases, desde las primitivas, ya perdidas, con entonaciones graves y monótonas del siglo XVIII, a las más modernas del último tercio del XIX, creadas al alargarse los tercios, que desde entonces se acomoda al ritmo de tambores y trompetas, incremento que le dan esplendor por las ricas tonalidades, no exentas de aire, en el caso de la siguiriya, el martinete o tonás, como las que canta Manuel Centeno, cantaor potente que parece ser que fue uno de los primeros creadores.

Al igual que en otros cantes, también encontramos en la Saeta estilos que se van a diferenciar, según pertenezcan a la escuela jerezana, más siguriyera, o a la sevillana, tal vez con más ecos de toná. Sin descartar a estos estilos, otras localidades saeteras poseen, y así se podría hablar de la Saeta de Málaga, la de Cádiz y sus Puertos, o la de los pueblos de la Sierra de Córdoba.

Ejemplo de una Saeta sevillana es la siguiente:

Que redoblen los tambores
y las trompetas muy despacio.
Contemplemos al Gran Poder,
va caminando despacio.
Fijarse, gitanos, en él.
1er. Formato : (3:06 / 209 KB)
2do. Formato : (3:06 / 418 KB)

De la Saeta jerezana encontramos un ejemplo en:

Por una montaña oscura
va caminando mi Jesús,
y como la noche estaba oscura,
Judas llevaba la luz.
1er. Formato : (3:33 / 182 KB)
2do. Formato : (3:33 / 365 KB)

Como nos dice en su Obra Flamenca Ricardo Molina, la Saeta es la genuina voz de nuestra Semana Santa, naciendo cada año nuevas modalidades, a la par que infinidad de letras, todas alusivas a estos temas propios de la Semana Santa y al sentimiento religioso de nuestra gente, dándose el caso que siendo un cante sumamente difícil de interpretar, son numerosísimos los cantaores y cantaoras anónimos los que salen a la calle a implorar a su Dios y a su Virgen, interpretando Saetas con letras por ellos mismos realizadas o las de algunos de los buenos saeteros que el flamenco tiene o ha tenido, como el caso de Pinto, Enrique El Morcilla, Tomás Pavón, Gallego, La Niña de Los Peines, Rafael Romero, La Niña de La Alfalfa, La Paquera de Jerez, Jarrito, Manolo Caracol y tantos otros que han hecho Historia.

Algunas muestras del arte saetero

Jesús que vas "ataíto"
con cordeles y desnudo,
dame un granito de fe,
para comprender el mundo.

Tú que penas, tú que sufres,
Virgen de la Soledad,
te pido para mis males
pan, trabajo y libertad.

"Atormentao" y sin culpa
te llevan en una cruz.
Lo mismito trata el amo
al campesino andaluz.

Jesús de la Buena Muerte
perdona nuestros pecados.
Si volviéramos a verte
serías crucificado,
¡por los que dicen quererte!

Caminito del calvario
y cuando la sed le ahogaba,
le dieron para beber,
¡vinagre y agua salada!

Te ayudó a llevar la Cruz,
un hombre humilde del pueblo,
y yo te juro, Jesús,
de que quedan Cirineos
que conservan su virtud.

Jesús, escucha este canto,
de un humilde pecador
que se marchó y vuelve a ti,
"pa" compartir tu dolor.

Siete puñales "clavaos"
te traspasan de dolor,
viendo subir al calvario
¡a tu Hijo, el Redentor!

Pilatos te condenó
ante el pueblo soberano.
Han pasado veinte siglos,
y otros se lavan las manos.

El gallo cantó tres veces,
y prendieron a Jesús,
y los sayones le llevan
bajo el peso de la Cruz.

La Magdalena lloraba
al ser limpia de pecado,
los hombres la condenaban,
Jesús la había perdonado.

Tienes el color moreno
tu carita de azucena,
y tienes tan blanca el alma
como negras son tus penas.

miércoles, 13 de enero de 2010

A LA MUERTE DE CARLOS FÉLIX

Posiblemente esta sea, junto con la ya reproducida en menoria de Ramón Sijé y el llanto por Sanchez Mejías, de Hernández y Lorca respectivamente, y las celebérrimas coplas de Manrique, la mejor elegía que se ha escrito en este nuestro país y en esta nuestra lengua. Lope de Vega llora la muerte de su hijo Carlos Félix, su predilecto, con verso amargo-resignado y a la vez con gran fe a Dios.
Lope rondaba ya la cincuentena, o incluso la rebasaba, cuando el infante Carlos Félix psaba de este mundo al otro. Hijo del Fénix y su esposa segunda, la del matrimonio de conveniencia, Juana de Guardo, resultó ser uno de los hijos más queridos por el escritor. Esto es el fragmento del llanto de un padre sufriente:

A LA MUERTE DE CARLOS FÉLIX

Éste de mis entrañas dulce fruto,
con vuestra bendición, oh Rey eterno,
ofrezco humildemente a vuestras aras;
que si es de todos el mejor tributo
un puro corazón humilde y tierno,
y el más precioso de las prendas caras,
no las aromas raras
entre olores fenicios
y licores sabeos,
os rinden mis deseos,
por menos olorosos sacrificios,
sino mi corazón, que Carlos era,
que en el que me quedó menos os diera.

Diréis, Señor, que en daros lo que es vuestro
ninguna cosa os doy, y que querría
hacer virtud necesidad tan fuerte,
y que no es lo que siento lo que muestro,
pues anima su cuerpo el alma mía,
y se divide entre los dos la muerte.
Confieso que de suerte
vive a la suya asida,
que cuanto a la vil tierra,
que el ser mortal encierra,
tuviera más contento de su vida;
mas cuanto al alma, ¿qué mayor consuelo
que lo que pierdo yo me gane el cielo?

[...]

Y vos, dichoso niño, que en siete años
que tuvistes de vida, no tuvistes
con vuestro padre inobediencia alguna,
corred con vuestro ejemplo mis engaños,
serenad mis paternos ojos tristes,
pues ya sois sol donde pisáis la luna;
de la primera cuna
a la postrera cama
no distes sola un hora
de disgusto, y agora
parece que le dais, si así se llama
lo que es pena y dolor de parte nuestra,
pues no es la culpa, aunque es la causa, vuestra.

Cuando tan santo os vi, cuando tan cuerdo,
conocí la vejez que os inclinaba
a los fríos umbrales de la muerte;
luego lloré lo que ahora gano y pierdo,
y luego dije: «Aquí la edad acaba,
porque nunca comienza desta suerte».
¿Quién vio rigor tan fuerte,
y de razón ajeno,
temer por bueno y santo
lo que se amaba tanto?
Mas no os temiera yo por santo y bueno,
si no pensara el fin que prometía,
quien sin el curso natural vivía.

Yo para vos los pajarillos nuevos,
diversos en el canto y las colores,
encerraba, gozoso de alegraros;
yo plantaba los fértiles renuevos
de los árboles verdes, yo las flores,
en quien mejor pudiera contemplaros,
pues a los aires claros
del alba hermosa apenas
salistes, Carlos mío,
bañado de rocío,
cuando marchitas las doradas venas
el blanco lirio convertido en hielo,
cayó en la tierra, aunque traspuesto al cielo.


¿Oh qué divinos pájaros agora,
Carlos, gozáis, que con pintadas alas
discurren por los campos celestiales
en el jardín eterno, que atesora
por cuadros ricos de doradas salas
más hermosos jacintos orientales,
adonde a los mortales
ojos la luz excede?
¡Dichoso yo que os veo
donde está mi deseo
y donde no tocó pesar, ni puede;
que sólo con el bien de tal memoria
toda la pena me trocáis en gloria!

¿Qué me importara a mí que os viera puesto
a la sombra de un príncipe en la tierra,
pues Dios maldice a quien en ellos fía,
ni aun ser el mismo príncipe compuesto
de aquel metal del sol, del mundo guerra,
que tantas vidas consumir porfía?
La breve tiranía,
la mortal hermosura,
la ambición de los hombres
con títulos y nombres,
que la lisonja idolatrar procura,
al expirar la vida, ¿en qué se vuelven,
si al fin en el principio se resuelven?

Hijo, pues, de mis ojos, en buen hora
vais a vivir con Dios eternamente
y a gozar de la patria soberana.
¡Cuán lejos, Carlos venturoso, agora
de la impiedad de la ignorante gente
y los sucesos de la vida humana,
sin noche, sin mañana,
sin vejez siempre enferma,
que hasta el sueño fastidia,
sin que la fiera envidia
de la virtud a los umbrales duerma,
del tiempo triunfaréis, porque no alcanza
donde cierran la puerta a la esperanza!

La inteligencia que los orbes mueve
a la celeste máquina divina
dará mil tornos con su hermosa mano,
fuego el León, el Sagitario nieve;
y vos, mirando aquella esencia trina,
ni pasaréis invierno ni verano,
y desde el soberano
lugar que os ha cabido,
los bellísimos ojos,
paces de mis enojos,
humillaréis a vuestro patrio nido,
y si mi llanto vuestra luz divisa,
los dos claveles bañaréis en risa.

Yo os di la mejor patria que yo pude
para nacer, y agora en vuestra muerte,
entre santos dichosa sepultura;
resta que vos roguéis a Dios que mude
mi sentimiento en gozo, de tal suerte
que, a pesar de la sangre que procura
cubrir de noche escura
la luz de esta memoria,
viváis vos en la mía;
que espero que algún día
la que me da dolor me dará gloria,
viendo al partir de aquesta tierra ajena,
que no quedáis adonde todo es pena.


martes, 12 de enero de 2010

Maestría en los colores


No me resisto a colgar este pedazo de lienzo del Greco. Maestría en los colores y virtuosismo en captar expresiones y gestos, psicología del retratado y tensión serena.
La poesía pura es Lope. La pintura pura es el Greco.

¡Diles que no me maten!

Otro cuento del Llano en llamas

-¡Diles que no me maten, Justino! Anda, vete a decirles eso. Que por caridad. Así diles. Diles que lo hagan por caridad.

-No puedo. Hay allí un sargento que no quiere oír hablar nada de ti.

-Haz que te oiga. Date tus mañas y dile que para sustos ya ha estado bueno. Dile que lo haga por caridad de Dios.

-No se trata de sustos. Parece que te van a matar de a de veras. Y yo ya no quiero volver allá.

-Anda otra vez. Solamente otra vez, a ver qué consigues.

-No. No tengo ganas de eso, yo soy tu hijo. Y si voy mucho con ellos, acabarán por saber quién soy y les dará por afusilarme a mí también. Es mejor dejar las cosas de este tamaño.

-Anda, Justino. Diles que tengan tantita lástima de mí. Nomás eso diles.

Justino apretó los dientes y movió la cabeza diciendo:

-No.

Y siguió sacudiendo la cabeza durante mucho rato.

Justino se levantó de la pila de piedras en que estaba sentado y caminó hasta la puerta del corral. Luego se dio vuelta para decir:

-Voy, pues. Pero si de perdida me afusilan a mí también, ¿quién cuidará de mi mujer y de los hijos?

-La Providencia, Justino. Ella se encargará de ellos. Ocúpate de ir allá y ver qué cosas haces por mí. Eso es lo que urge.

Lo habían traído de madrugada. Y ahora era ya entrada la mañana y él seguía todavía allí, amarrado a un horcón, esperando. No se podía estar quieto. Había hecho el intento de dormir un rato para apaciguarse, pero el sueño se le había ido. También se le había ido el hambre. No tenía ganas de nada. Sólo de vivir. Ahora que sabía bien a bien que lo iban a matar, le habían entrado unas ganas tan grandes de vivir como sólo las puede sentir un recién resucitado. Quién le iba a decir que volvería aquel asunto tan viejo, tan rancio, tan enterrado como creía que estaba. Aquel asunto de cuando tuvo que matar a don Lupe. No nada más por nomás, como quisieron hacerle ver los de Alima, sino porque tuvo sus razones. Él se acordaba:

Don Lupe Terreros, el dueño de la Puerta de Piedra, por más señas su compadre. Al que él, Juvencio Nava, tuvo que matar por eso; por ser el dueño de la Puerta de Piedra y que, siendo también su compadre, le negó el pasto para sus animales.

Primero se aguantó por puro compromiso. Pero después, cuando la sequía, en que vio cómo se le morían uno tras otro sus animales hostigados por el hambre y que su compadre don Lupe seguía negándole la yerba de sus potreros, entonces fue cuando se puso a romper la cerca y a arrear la bola de animales flacos hasta las paraneras para que se hartaran de comer. Y eso no le había gustado a don Lupe, que mandó tapar otra vez la cerca para que él, Juvencio Nava, le volviera a abrir otra vez el agujero. Así, de día se tapaba el agujero y de noche se volvía a abrir, mientras el ganado estaba allí, siempre pegado a la cerca, siempre esperando; aquel ganado suyo que antes nomás se vivía oliendo el pasto sin poder probarlo.

Y él y don Lupe alegaban y volvían a alegar sin llegar a ponerse de acuerdo. Hasta que una vez don Lupe le dijo:

-Mira, Juvencio, otro animal más que metas al potrero y te lo mato.

Y él contestó:

-Mire, don Lupe, yo no tengo la culpa de que los animales busquen su acomodo. Ellos son inocentes. Ahí se lo haiga si me los mata.

"Y me mató un novillo.

"Esto pasó hace treinta y cinco años, por marzo, porque ya en abril andaba yo en el monte, corriendo del exhorto. No me valieron ni las diez vacas que le di al juez, ni el embargo de mi casa para pagarle la salida de la cárcel. Todavía después, se pagaron con lo que quedaba nomás por no perseguirme, aunque de todos modos me perseguían. Por eso me vine a vivir junto con mi hijo a este otro terrenito que yo tenía y que se nombra Palo de Venado. Y mi hijo creció y se casó con la nuera Ignacia y tuvo ya ocho hijos. Así que la cosa ya va para viejo, y según eso debería estar olvidada. Pero, según eso, no lo está.

"Yo entonces calculé que con unos cien pesos quedaba arreglado todo. El difunto don Lupe era solo, solamente con su mujer y los dos muchachitos todavía de a gatas. Y la viuda pronto murió también dizque de pena. Y a los muchachitos se los llevaron lejos, donde unos parientes. Así que, por parte de ellos, no había que tener miedo.

"Pero los demás se atuvieron a que yo andaba exhortado y enjuiciado para asustarme y seguir robándome. Cada vez que llegaba alguien al pueblo me avisaban:

"-Por ahí andan unos fureños, Juvencio.

"Y yo echaba pal monte, entreverándome entre los madroños y pasándome los días comiendo verdolagas. A veces tenía que salir a la media noche, como si me fueran correteando los perros. Eso duró toda la vida . No fue un año ni dos. Fue toda la vida."

Y ahora habían ido por él, cuando no esperaba ya a nadie, confiado en el olvido en que lo tenía la gente; creyendo que al menos sus últimos días los pasaría tranquilos. "Al menos esto -pensó- conseguiré con estar viejo. Me dejarán en paz".

Se había dado a esta esperanza por entero. Por eso era que le costaba trabajo imaginar morir así, de repente, a estas alturas de su vida, después de tanto pelear para librarse de la muerte; de haberse pasado su mejor tiempo tirando de un lado para otro arrastrado por los sobresaltos y cuando su cuerpo había acabado por ser un puro pellejo correoso curtido por los malos días en que tuvo que andar escondiéndose de todos.

Por si acaso, ¿no había dejado hasta que se le fuera su mujer? Aquel día en que amaneció con la nueva de que su mujer se le había ido, ni siquiera le pasó por la cabeza la intención de salir a buscarla. Dejó que se fuera sin indagar para nada ni con quién ni para dónde, con tal de no bajar al pueblo. Dejó que se le fuera como se le había ido todo lo demás, sin meter las manos. Ya lo único que le quedaba para cuidar era la vida, y ésta la conservaría a como diera lugar. No podía dejar que lo mataran. No podía. Mucho menos ahora.

Pero para eso lo habían traído de allá, de Palo de Venado. No necesitaron amarrarlo para que los siguiera. Él anduvo solo, únicamente maniatado por el miedo. Ellos se dieron cuenta de que no podía correr con aquel cuerpo viejo, con aquellas piernas flacas como sicuas secas, acalambradas por el miedo de morir. Porque a eso iba. A morir. Se lo dijeron.

Desde entonces lo supo. Comenzó a sentir esa comezón en el estómago que le llegaba de pronto siempre que veía de cerca la muerte y que le sacaba el ansia por los ojos, y que le hinchaba la boca con aquellos buches de agua agria que tenía que tragarse sin querer. Y esa cosa que le hacía los pies pesados mientras su cabeza se le ablandaba y el corazón le pegaba con todas sus fuerzas en las costillas. No, no podía acostumbrarse a la idea de que lo mataran.

Tenía que haber alguna esperanza. En algún lugar podría aún quedar alguna esperanza. Tal vez ellos se hubieran equivocado. Quizá buscaban a otro Juvencio Nava y no al Juvencio Nava que era él.

Caminó entre aquellos hombres en silencio, con los brazos caídos. La madrugada era oscura, sin estrellas. El viento soplaba despacio, se llevaba la tierra seca y traía más, llena de ese olor como de orines que tiene el polvo de los caminos.

Sus ojos, que se habían apenuscado con los años, venían viendo la tierra, aquí, debajo de sus pies, a pesar de la oscuridad. Allí en la tierra estaba toda su vida. Sesenta años de vivir sobre de ella, de encerrarla entre sus manos, de haberla probado como se prueba el sabor de la carne. Se vino largo rato desmenuzándola con los ojos, saboreando cada pedazo como si fuera el último, sabiendo casi que sería el último.

Luego, como queriendo decir algo, miraba a los hombres que iban junto a él. Iba a decirles que lo soltaran, que lo dejaran que se fuera: "Yo no le he hecho daño a nadie, muchachos", iba a decirles, pero se quedaba callado. "Más adelantito se los diré", pensaba. Y sólo los veía. Podía hasta imaginar que eran sus amigos; pero no quería hacerlo. No lo eran. No sabía quiénes eran. Los veía a su lado ladeándose y agachándose de vez en cuando para ver por dónde seguía el camino.

Los había visto por primera vez al pardear de la tarde, en esa hora desteñida en que todo parece chamuscado. Habían atravesado los surcos pisando la milpa tierna. Y él había bajado a eso: a decirles que allí estaba comenzando a crecer la milpa. Pero ellos no se detuvieron.

Los había visto con tiempo. Siempre tuvo la suerte de ver con tiempo todo. Pudo haberse escondido, caminar unas cuantas horas por el cerro mientras ellos se iban y después volver a bajar. Al fin y al cabo la milpa no se lograría de ningún modo. Ya era tiempo de que hubieran venido las aguas y las aguas no aparecían y la milpa comenzaba a marchitarse. No tardaría en estar seca del todo.

Así que ni valía la pena de haber bajado; haberse metido entre aquellos hombres como en un agujero, para ya no volver a salir.

Y ahora seguía junto a ellos, aguantándose las ganas de decirles que lo soltaran. No les veía la cara; sólo veía los bultos que se repegaban o se separaban de él. De manera que cuando se puso a hablar, no supo si lo habían oído. Dijo:

-Yo nunca le he hecho daño a nadie -eso dijo. Pero nada cambió. Ninguno de los bultos pareció darse cuenta. Las caras no se volvieron a verlo. Siguieron igual, como si hubieran venido dormidos.

Entonces pensó que no tenía nada más que decir, que tendría que buscar la esperanza en algún otro lado. Dejó caer otra vez los brazos y entró en las primeras casas del pueblo en medio de aquellos cuatro hombres oscurecidos por el color negro de la noche.

-Mi coronel, aquí está el hombre.

Se habían detenido delante del boquete de la puerta. Él, con el sombrero en la mano, por respeto, esperando ver salir a alguien. Pero sólo salió la voz:

-¿Cuál hombre? -preguntaron.

-El de Palo de Venado, mi coronel. El que usted nos mandó a traer.

-Pregúntale que si ha vivido alguna vez en Alima -volvió a decir la voz de allá adentro.

-¡Ey, tú! ¿Que si has habitado en Alima? -repitió la pregunta el sargento que estaba frente a él.

-Sí. Dile al coronel que de allá mismo soy. Y que allí he vivido hasta hace poco.

-Pregúntale que si conoció a Guadalupe Terreros.

-Que dizque si conociste a Guadalupe Terreros.

-¿A don Lupe? Sí. Dile que sí lo conocí. Ya murió.

Entonces la voz de allá adentro cambió de tono:

-Ya sé que murió -dijo-. Y siguió hablando como si platicara con alguien allá, al otro lado de la pared de carrizos:

-Guadalupe Terreros era mi padre. Cuando crecí y lo busqué me dijeron que estaba muerto. Es algo difícil crecer sabiendo que la cosa de donde podemos agarrarnos para enraizar está muerta. Con nosotros, eso pasó.

"Luego supe que lo habían matado a machetazos, clavándole después una pica de buey en el estómago. Me contaron que duró más de dos días perdido y que, cuando lo encontraron tirado en un arroyo, todavía estaba agonizando y pidiendo el encargo de que le cuidaran a su familia.

"Esto, con el tiempo, parece olvidarse. Uno trata de olvidarlo. Lo que no se olvida es llegar a saber que el que hizo aquello está aún vivo, alimentando su alma podrida con la ilusión de la vida eterna. No podría perdonar a ése, aunque no lo conozco; pero el hecho de que se haya puesto en el lugar donde yo sé que está, me da ánimos para acabar con él. No puedo perdonarle que siga viviendo. No debía haber nacido nunca".

Desde acá, desde fuera, se oyó bien claro cuando dijo. Después ordenó:

-¡Llévenselo y amárrenlo un rato, para que padezca, y luego fusílenlo!

-¡Mírame, coronel! -pidió él-. Ya no valgo nada. No tardaré en morirme solito, derrengado de viejo. ¡No me mates...!

-¡Llévenselo! -volvió a decir la voz de adentro.

-...Ya he pagado, coronel. He pagado muchas veces. Todo me lo quitaron. Me castigaron de muchos modos. Me he pasado cosa de cuarenta años escondido como un apestado, siempre con el pálpito de que en cualquier rato me matarían. No merezco morir así, coronel. Déjame que, al menos, el Señor me perdone. ¡No me mates! ¡Diles que no me maten!.

Estaba allí, como si lo hubieran golpeado, sacudiendo su sombrero contra la tierra. Gritando.

En seguida la voz de allá adentro dijo:

-Amárrenlo y denle algo de beber hasta que se emborrache para que no le duelan los tiros.

Ahora, por fin, se había apaciguado. Estaba allí arrinconado al pie del horcón. Había venido su hijo Justino y su hijo Justino se había ido y había vuelto y ahora otra vez venía.

Lo echó encima del burro. Lo apretaló bien apretado al aparejo para que no se fuese a caer por el camino. Le metió su cabeza dentro de un costal para que no diera mala impresión. Y luego le hizo pelos al burro y se fueron, arrebiatados, de prisa, para llegar a Palo de Venado todavía con tiempo para arreglar el velorio del difunto.

-Tu nuera y los nietos te extrañarán -iba diciéndole-. Te mirarán a la cara y creerán que no eres tú. Se les afigurará que te ha comido el coyote cuando te vean con esa cara tan llena de boquetes por tanto tiro de gracia como te dieron.

JUAN RULFO

1987-2010

Hoy cumplo años. 23. Ya he dejado atras los 22 sin mayor pena y sin mayor gloria. Más o menos así se me han pasado los años desde los 18 o 19. No hay nada nuevo. No es que este todo mal, que podría estar mejor, es que no hay nada nuevo, nada. Llevo ya unos cuantos años con la misma gente, haciendo lo mismo todos los dias, escuchando lo mismo a todas horas y con las mismas ideas en la cabeza. Igual es más problema mío que del mundo. Seguramente sea así.
Si nos paramos a pensar... mejor no. Es mejor no pararse a pensar, que el pensamiento es estar siempre de paso.
Así por de pronto doy garcias al cielo poruqe no me ha faltado nadie. Tengo aquí a mi familia.Tengo amigos y eso mucho mucho.
Me acuerdo hoy todos los que a lo largo de este año habeis estado conmigo en algun momento en el que lo necesitaba aunque vosotros no fuerais conscientes de ello: Julen, Irene, Rafa, David, Olaizola, Imanol, Joseba, Edurne, Carlos, Javier, Kotte, Ketzu, Aritz, Xabier, Mikel, Ander, Oier, Oier, Oihana...
Me acuerdo de los que no tengo cerca pero lo están: Imanol, Anaïs, Asier, Eri...
Y me acuerdo dolorosamente de los que no están poruqe no quieren estar.
A los que se fueron los recuerdo con cariño.
Gracias a todos.
Hoy, doy gracias a Dios por mantenerme en este mundo desde aquel Lunes nevado, 12 de enero del 87, hsta hoy, 23 años después.

sábado, 9 de enero de 2010

Me he tragado la toma de posesión


Me he tragado la toma de posesión de Jose Ignacio Munilla hoy por la mañana. La he visto por infame canal llamado Intereconomía.

Con toda la que se ha montado, con todo lo que se ha dicho sobre que Munilla viene a acabar con la Iglesia nacionalista vasca, que si hasta ahora el catolicismo vasco apoyaba a ETA bajo la paternal y comprensiva miada de sus pastores... Lo verdaderamente político ha sido la retransmisión del acto por televisión. Vergonzoso.

Los comentaristas, que sufrian de incontinencia verbal, sacaban conclusiones y precibian giños politicos en todo, en cada palabra que decía el Nuncio, Munilla o incluso Uriarte. Horroroso. Terrible. Además de joder la eucaristía, en la que no han callado, no han dejado de decir gilipolleces. Una tras otra. Se han llevado a un tal Román, que por lo visto es Donosti, de contertulio. Lo único que ha hecho el bocazas de él en hora y media de emisión ha sido pontificar, hablar, halar, hablar y hablar y dar una imagen muy pero que muy viciada y partidista de Euskadi y su Iglesia al resto de España.

También un idiota de pelo blanco ha criticado, sutilmente, el uso del euskera en la celebración.
Total, el mayor perjudicado a sido Monseñor Munilla.

¿Porqué digo esto?

No se ha dejado en ningun momento de alabar y ensalzar al obispo Donostiarra. Pero el problema o es ese. Sus piropos y adulaciones han hecho que a figura de Don José Ignacio se presente más como una figura de confrontación que de fraternidad. Un gran error. Las palabras del obispo han sido las correctas, se ha presentado con humildad y sus palabras irradiaban "buen rollo". Nada que ver con lo que los payasos de Intereconomía han querido transmitir.

Me ha dado pena el ex prelado palentino. Esto va a ser como lo de Obama. Grandes esperanzas. Munilla va a cambiar todo, Munilla es la leche en bicicleta, con Munilla se acabó la herejía reiante en la Iglesia vasca, adiós nacionalismo... mentira.

Munilla va a defraudar. No porque él haya prometido todo eso, que no lo ha hecho, sino porque unos cuentos idiotas le están ya poniendo por nubes y presentándolo poco menos que como el nuevo Mesias.

Munilla llevará a cabo lo que buenamente pueda. Ya lo ha dicho él, quiere ser instrumento de Dios. No es José Ignacio Munilla el Magnífico el que llega a Donosti (quien crea que eso es así tiene que revisar bastante sus creencias y su catolicismo), es un instrumento de Dios, que con ayuda del Espíritu llevará a cabo lo que como hombre pueda. Punto.

Monseñor no es lo que nos están queriendo vender. Es él. El obispo que ha hecho excelentemente bien su trabajo en Palencia. No se engañe la gente, las esperanzas y anhelos que tiene la gente con Don José Ignacio no las ha creado él, se las han cargado encima sin que el interesado haya abierto la boca.

No conozco personalmente al nuevo prelado donostiarra. Conozco sus escritos y sus acciones, conozco al grupo que lideró y con el que me unen lazos de amistad, tenemos amigos en común. Nos une el mayor t´tulo que el hombre puede tener, como hoy ha dicho él, el de hijo de Dios. Nos une la fe en el Dios uno y trino y la obediencia al sucesor de Pedro. Él obispo, yo laico.

Confío en que en Donsoti hará todo lo que pueda. Pero lo que vea que puede y quiere hacer, no lo que la gente espera que haga.


Por mi parte cuenta con mi oración, como también contaba Uriarte.
Ánimo y suerte Monseñor José Ignacio Munilla.


Pd: Infame sin duda la actuación de los sacerdotes firmantes del comunicado atimunillista. Hoy había algunos que andaban por allí. Ni que decir tiene que muchos de los firmantes, frailes, ni creen en Cristo ni en la Iglesia y por tanto su opinón nos la debería de traer floja. Preocupa más el hecho de que esos infames arrastren a gente. Llegará e día de presentar cuentas ante Dios, Hno.Joxe Arregi.

2ºPd: (un comentario sensacionalista y malicioso) Pena es que no hayamos podido ver a Setién y Munilla juntos compartiendo altar.

viernes, 8 de enero de 2010

No oyes ladrar a los perros

No oyes ladrar a lo perros

(El Llano en llamas, 1953)


—Tú que vas allá arriba, Ignacio, dime si no oyes alguna señal de algo o si ves alguna luz en alguna parte.
—No se ve nada.
—Ya debemos estar cerca.
—Sí, pero no se oye nada.
—Mira bien.
—No se ve nada.
—Pobre de ti, Ignacio.

La sombra larga y negra de los hombres siguió moviéndose de arriba abajo, trepándose a las piedras, disminuyendo y creciendo según avanzaba por la orilla del arroyo. Era una sola sombra, tambaleante.
La luna venía saliendo de la tierra, como una llamarada redonda.
—Ya debemos estar llegando a ese pueblo, Ignacio. Tú que llevas las orejas de fu
era, fíjate a ver si no oyes ladrar los perros. Acuérdate que nos dijeron que Tonaya estaba detrasito del monte. Y desde qué horas que hemos dejado el monte. Acuérdate, Ignacio.
—Sí, pero no veo rastro de nada.
—Me estoy cansando.
—Bájame.
El viejo se fue reculando hasta encontrarse con el paredón y se recargó allí, sin soltar la carga de sus hombros. Aunque se le doblaban las piernas, no quería sentarse, porque después no hubiera podido levantar el cuerpo de su hijo, al que allá atrás, horas antes, le habían ayudado a echárselo a la espalda. Y así lo
había traído desde entonces.
—¿Cómo te sientes?
—Mal.
Hablaba poco. Cada vez menos. En ratos parecía dormir. En ratos parecía tener frío. Temblaba. Sabía cuándo le agarraba a su hijo el temblor por las sacudidas que le daba, y porque los pies se le encajaban en los ijares como espuelas. Luego las manos del hijo, que traía trabadas en su pescuezo, le zarandeaban la cabeza como si fuera una sonaja. Él apretaba los dientes para no morderse la lengua y cuando acababa aquello le preguntaba:
—¿Te duele mucho?
—Algo —contestaba él.
Primero le había dicho: "Apéame aquí... Déjame aquí... Vete tú solo. Yo te alcanzaré mañana o en cuanto me reponga u
n poco." Se lo había dicho como cincuenta veces. Ahora ni siquiera eso decía. Allí estaba la luna. Enfrente de ellos. Una luna grande y colorada que les llenaba de luz los ojos y que estiraba y oscurecía más su sombra sobre la tierra.
—No veo ya por dónde voy —decía él.
Pero nadie le contestaba.
E1 otro iba allá arriba, todo iluminado por la luna, con su cara descolorida, sin sangre, reflejando una luz opaca. Y él acá abajo.
—¿Me oíste, Ignacio? Te digo que no veo bien.
Y el otro se quedaba callado.
Siguió caminando, a tropezones. Encogía el cuerpo y luego se enderezaba para volver a tropezar de nuevo.
—Este no es ningún camino. Nos dijeron que detrás del cerro estaba Tonaya. Ya hemos pasado el cerro. Y Tonaya no se ve, ni se oye ningún ruido que nos diga que está cerca. ¿Por qué no quieres decirme q
ué ves, tú que vas allá arriba, Ignacio?
—Bájame, padre.
—¿Te sientes mal?
—Sí
—Te llevaré a Tonaya a como dé lugar. Allí encontraré quien te cuide. Dicen que allí hay un doctor. Yo te llevaré con él. Te he traído cargando desde hace horas y no te dejaré tirado aquí para que acaben contigo quienes sean.
Se tambaleó un poco. Dio dos o tres pasos de lado y volvió a enderezarse.
—Te llevaré a Tonaya.
—Bájame.
Su voz se hizo quedita, apenas murmurada:
—Quiero acostarme un rato.
—Duérme
te allí arriba. Al cabo te llevo bien agarrado.
La luna iba subiendo, casi azul, sobre un cielo claro. La cara del viejo, mojada en sudor, se llenó de luz. Escondió los ojos para no mirar de frente, ya que no podía agachar la cabeza agarrotada entre las manos de su hijo.
—Todo esto que hago, no lo hago por usted. Lo hago por su difunta madre. Porque usted fue su hijo. Por eso lo hago. Ella me rec
onvendría si yo lo hubiera dejado tirado allí, donde lo encontré, y no lo hubiera recogido para llevarlo a que lo curen, como estoy haciéndolo. Es ella la que me da ánimos, no usted. Comenzando porque a usted no le debo más que puras dificultades, puras mortificaciones, puras vergüenzas.
Sudaba al hablar. Pero el viento de la noche le secaba el sudor. Y sobre el sudor seco, volvía a sudar.
—Me derrengaré, pero llegaré con usted a Tonaya, para que le alivien esas heridas que le han hecho. Y estoy seguro de que, en cuanto se sienta usted bien, volverá a sus malos pasos. Eso ya no me importa. Con tal que se vaya lejos, donde yo no vuelva a saber de usted. Con tal de eso... Porque para mí usted ya no es mi hijo. He maldecido la sangre que usted tiene de mí. La parte que a mí me tocaba la he maldecido. He dicho: “¡Que se le pudra en los riñones la sangre que yo le di!” Lo dije desde que supe que usted andaba trajinando por los caminos, viviendo del robo y matando gente... Y gente buena. Y si no, allí esta mi compadre Tranquilino. El que lo bautizó a usted. El que le dio su nombre. A él también le tocó la mala suerte de encontrarse con usted. Desde entonces dije: “Ese no puede ser mi hijo.”
—Mira a ver si ya ves algo. O si oyes algo. Tú que puedes hacerlo desde allá arriba, porque yo me siento sordo.
—No veo nada.
—Peor para ti, Ignacio.
—Tengo sed.
—¡Aguántate! Ya debemos estar cerca. Lo que pasa es que ya es muy noche y han de haber apagado la luz en el pueblo. Pero al menos debías de oír si ladran los perros. Haz por oír.
—Dame agua.
—Aquí no hay agua. No hay más que piedras. Aguántate. Y aunque la hubiera, no te bajaría a tomar agua. Nadie me ayudaría a subirte otra vez y yo solo no puedo.
—Tengo mucha sed y mucho sueño.
—Me acuerdo cuando naciste. Así eras entonces.
Despertabas con hambre y comías para volver a dormirte. Y tu madre te daba agua, porque ya te habías acabado la leche de ella. No tenías llenadero. Y eras muy rabioso. Nunca pensé que con el tiempo se te fuera a subir aquella rabia a la cabeza... Pero así fue. Tu madre, que descanse en paz, quería que te criaras fuerte. Creía que cuando tú crecieras irías a ser su sostén. No te tuvo más que a ti. El otro hijo que iba a tener la mató. Y tú la hubieras matado otra vez si ella estuviera viva a estas alturas.
Sintió que el hombre aquel que llevaba sobre sus hombros dejó de apretar las rodillas y comenzó a soltar los pies, balanceándolo de un lado para otro. Y le pareció que la cabeza; allá arriba, se sacudía como si sollozara.
Sobre su cabello sintió que caían gruesas gotas, como de lágrimas.
—¿Lloras, Ignacio? Lo hace llorar a usted el recuerdo de su madre, ¿verdad? Pero nunca hizo usted nada por ella. Nos pagó siempre mal. Parece que en lugar de cariño, le hubiéramos retacado el cuerpo de maldad. ¿Y ya ve? Ahora lo han herido. ¿Qué pasó con sus amigos? Los mataron a todos. Pero ellos no tenían a nadie. Ellos bien hubieran podido decir: “No tenemos a quién darle nuestra lástima”. ¿Pero usted, Ignacio?


Allí estaba ya el pueblo. Vio brillar los tejados bajo la luz de la luna. Tuvo la impresión de que lo aplastaba el peso de su hijo al sentir que las corvas se le doblaban en el último esfuerzo. Al llegar al primer tejaván, se recostó sobre el pretil de la acera y soltó el cuerpo, flojo, como si lo hubieran descoyuntado.
Destrabó difícilmente los dedos con que su hijo había venido sosteniéndose de su cuello y, al quedar libre, oyó cómo por todas partes ladraban los perros.
—¿Y tú no los oías, Ignacio? —dijo—. No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza.

miércoles, 6 de enero de 2010

Quan somrius


Hace unos años, entre los discos de mi compañera de piso entonces, encontré una cancion que ya solo con la melodía me
dijo muchas cosas. Lo siguiente era entender la letra, estaba en catalan, así que con lo que se de catalan y lo que me fueron
explicando mis amigos catalanes logré traducir la canción. Una preciosidad.
Luego me enteré que estapreciosidad era la pieza colectiva de un disco publicado hacia finales de los 80 por distintos grupos y cantautores
catalanes. Altres cançons del Nadal se lamó el disco. Uno de los artifices fue el idiota de factor X, Miki Puig.
Pues a disfrutar, que se fue ya la Navidad.
Quan somrius

Ara que la nit sa fet mes llarga
Ara que les fulles ballen dances al raco
Ara que els carrers estan de festa
Avui que la fred du tants records

Ara que sobren les paraules
Ara que el vent bufa tan fort
Avui que no fa falta veuret ni tan sols parlar
per saber que estas al meu costat.

Es nadal al meu cor
quan somrius content de veurem
quan la nit es fa mes freda
quan t'abraçes el meu cos
I les llums de colors
m'iluminen nit i dia
les encens amb el somriure
quan em parles am el cor

Es el buit que deixes quan t'aixecas
Es el buit que es fa a casa quan no hi ha ningu
son petits detalls tot el que em qeda
Com queda al jersei un cabell llarg.

Vas dir que mai mes tornaries
El tems pacient ha anat passant
Qui havia de dir que avui estaries esperant
que ens trobessim junts al teu costat.

Es nadal al teu cor
quan somric content de veure't
Quan la nit es fa mes neta
quan m'abraço al teu cos
i les llums de colors
m'iluminen nit i dia
les encen el teu somriure
quan et parlo am el cor.

martes, 5 de enero de 2010

EL CAMELLO COJITO

La grandísima y olvidada Gloria Fuertes nos regaló este poemilla-villancico-auto para niños y mayores. Con su gracia habtual y frescura.

EL CAMELLO COJITO

(AUTO DE LOS REYES MAGOS)


El camello se pinchó
Con un cardo en el camino
Y el mecánico Melchor

Le dio vino.

Baltasar fue a repostar
Más allá del quinto pino....
E intranquilo el gran Melchor
Consultaba su "Longinos".

-¡No llegamos,
no llegamos
y el Santo Parto ha venido!

-son las doce y tres minutos
y tres reyes se han perdido-.

El camello cojeando
Más medio muerto que vivo

Va espeluchando su felpa
Entre los troncos de olivos.

Acercándose a Gaspar,
Melchor le dijo al oído:
-Vaya birria de camello
que en Oriente te han vendido.

A la entrada de Belén
Al camello le dio hipo.

¡Ay, qué tristeza tan grande
con su belfo y en su hipo!

Se iba cayendo la mirra
A lo largo del camino,
Baltasar lleva los cofres,
Melchor empujaba al bicho.

Y a las tantas ya del alba
-ya cantaban pajarillos-
los tres reyes se quedaron

boquiabiertos e indecisos,
oyendo hablar como a un Hombre
a un Niño recién nacido.

-No quiero oro ni incienso
ni esos tesoros tan fríos,
quiero al camello, le quiero.

Le quiero, repitió el Niño.

A pie vuelven los tres reyes
Cabizbajos y afligidos.
Mientras el camello echado
Le hace cosquillas al Niño.



Poema de Pemán


La navidad sin ti, pero contigo.

Como el volver a ser

cuando empieza a nacer
verde de vida y de memoria, el trigo.

Porque tú no estás lejos.
No sé si es que te veo o que te escucho.
Me iluminan, me templan tus reflejos.
Voy hacia ti… No puedo tardar mucho.

Pagando estrellas por salario
te escondes en la barbas torrenciales de Dios.
Recuerdo el ritmo lento de tu horario.
Humilde en la infinita paciencia del rosario:
y en la fe penetrante de tu voz.

Y el belén de su Amor,
como tú lo ponías.
Tú, la niña mayor,
la flor más pura de las flores mías,.

Como es la luz del río
y el canto es de la fuente:
este cariño ardiente
es todo tuyo, a fuerza de tan mío.

-Jose María Pemán-


de alguna manera

De alguna manera...

lunes, 4 de enero de 2010

Poesía navideña

No lo considero un villancico, más bien diría que es una canción de cuna trágica. Otra vez Lope nos enseña como escribe.

Aquí está hablando al Niño Jesús. Parece que el que está tendido en el pesebre más que el divino niño sea su propio hijo. Lope habla a Enmanuel como si estubiera intentando dormir a su niño.

El acierto de Lope a la hora de utilizar el amor humano para hablar del amor divino e innegable.Creo que lo hacía sin querer, de hecho creo que no sabía hacerlo de otra manera.

En este poema a desde que nace el niño parece estar advertido de final que le espera y sin embargo la escena es de lo má simple y tierno. Duerme mi niño...

Recuerda mucho a la elegía a Carlos Félix y aunque aora mismo no tenga referncias temporales a mano, creo recordar que este poema es coetáneo a la muerte del hijo predilecto de Lope.

Un excelente poeta, siempre lo digo.

Las pajas del pesebre

Las pajas del pesebre,
niño de Belén,
hoy son flores y rosas,
mañana serán hiel.

Lloráis entre las pajas
de frío que tenéis,
hermoso niño mío,
y de calor también.

Dormid, cordero santo,
mi vida, no lloréis,
que si os escucha el lobo,
vendrá por vos, mi bien.

Dormid entre las pajas,
que aunque frías las veis,
hoy son flores y rosas,
mañana serán hiel.

Las que para abrigaros
tan blandas hoy se ven
serán mañana espinas
en corona cruel.

Mas no quiero deciros,
aunque vos lo sabéis,
palabras de pesar
en días de placer.

Que aunque tan grandes deudas
en paja cobréis,
hoy son flores y rosas,
mañana serán hiel.

Dejad el tierno llanto,
divino Emanüel,
que perlas entre pajas
se pierden sin por qué.

No piense vuestra madre
que ya Jerusalén
previene sus dolores,
y llore con Joseph.

Que aunque pajas no sean
corona para Rey,
hoy son flores y rosas,
mañana serán hiel.