lunes, 7 de septiembre de 2009

Recuerdos


Me sucede a menudo que me embarga la nostalgia y empiezo a recordar otros tiempos y otros personajes. Muchos de estos ya se han ido dejando un hueco irremplazable en mi corazón y memoria. Me sucede muy a menudo.

Hoy, revisando uno de esos numerosísimos cajones donde guardo recuerdos, papeles, cartas, partituras y todo un museo británico he encontrado la credencial de peregrino de Madrid 2003. En mayo de aquel año estuvo por última vez en España Juan Pablo II y yo lo ví.

¡Que manera de echarlo de menos! Ya son cuatro años, sin darse uno cuenta ya han pasado cuatro años.

Me llegan romanas noticias de que nos lo beatifican el próximo 2 de abril. Sin duda es una jubilosa noticia. Pero tampoco va por ahí mi escrito de hoy.

Juan Pablo II fue un ejemplo ya no solo por ser Papa. Farol fue un hombre que ya desde muy joven se hizo notar. Brillante como estudiante, activo en resistencia nazi, trabajador en las minas Solvay, marcadamente crítico con el régimen comunista, brillante profesor, carismático pastor y uno de los grandes intelectuales de la segunda mitad del siglo XX. Tampoco le costo mancharse la sotana pateando barrios de obreros y enfrentándose, pectoral al cuello a las fuerzas represivas comunistas.

Pero, con todo, Juan Pablo era algo más todavía que un cardenalillo majo, un papa excelente y todo lo antes dicho. Karol fue tío que nos dejo bien marcadito el camino a cuantos queremos sobrevivir siendo católicos en este infame mundo postmoderno. Y presto gran atención a los jóvenes.

Recuerdo como si fuera ayer aquel encuentro con el en Cuatro Vientos. Aquello que en principio parecía haber sido un fracaso de convocatoria se transformó inesperadamente en un hervidero que rozó el millón de almas. Desde las 10.30 de la mañana estuvimos en aquel aeródromo. Soportamos estoicamente los más de 40grados que nos cascó Lorenzo encima. Los bomberos nos mojaban con mangueras. Que grande fue aquello. Yo, más del norte que el mismo punto cardinal, me senté a tocar un ratito el cajón con unos gaditanos y sin quererlo acabe cantando la salve rociera. Los guipuzcoanos llevaron la trikitixa, un acordeoncillo diatónico de precioso sonido muy popular por el norte de Navarra y el País Vasco, y allí nos entretuvimos entre fandangos y porrusaldas.

La gente cantaba, rezaba, lloraba, dormía… hasta que hacia las 7.30 apareció el papamóvil abriéndose paso entre la multitud. Dentro: Juan Pablo.

Ciertamente el hombre estaba ya muy cascadillo. Se dudó incluso de que pudiera venir a Madrid. Pero vino. Joder si vino. Aquella tarde con nosotros pareció resucitar.

Recuerdo como caía la tarde, resta qui con noi il sole escende giá, y la explanada se tenía del rojo de los rayos del sol y sombra, el cielo se volvía oro y sangre y nosotros escuchábamos al sucesor de San Pedro como si nos estuviera hablando a solas. “yo confío en vosotros” nos decía.

Conmovedor fue, como no, el Ave Maria que cantó Niña Pastori. La voz de la cantante se entrecortaba a medida que cantaba la letra y se daba cuenta ante quien lo estaba haciendo.

Vosotros sois los guardianes del mañana. Di que, con catorce años, uno no es muy consciente de lo que le dicen en esos momentos, máxime sabiendo el lenguaje tan alegórico y metafórico que utilizan curas, obispos y como no el Papa. Pero quedó poso. Y hoy es el día que no paro de releer aquel discurso de Cuatro Vientos. Y me sirve de mucho.

Justo la víspera de partir hacia Madrid con mi queridísimo amigo y director espiritual, una conocida del pueblo, quinta mía, tras enterarse de que partía a ver al Papa me dijo mientras el anagrama de ETA le colgaba del cuello: “tío, estas colgadísimo, como te han comido la olla”, me callé, 5 días después volví con la contestación que me dio Juan Pablo. No tengo miedo.

El amigo Karol nos deja escritos que valen oro, medicinas para combatir la decadencia que vive actualmente la sociedad, materia de reflexión y todo un ideario filosófico y teológico.

Quien defienda los derechos del hombre, del trabador, quien ame la justicia, quien busque la verdad tiene un faro que le puede guiar en su camino.

Quien no recuerda aquella imagen del Papa Juan Pablo II poniéndose el casco de un minero indígena, mientras este le abrazaba diciendo “creemos en Dios, Santo Padre”. Justo después de esto el Papa hizo todo un alegato en pro de la dignidad del hombre y los derechos del trabajador. Algo sabría él que fue cantero, vivió dos regímenes totalitarios e inspiró un sindicato de trabajadores como Solidarnosk.

En días como hoy me acuerdo de Juan Pablo. Y mucho. Los dos de abril me resultan dramáticos. Lloré mucho. Pero eso lo dejo para el dos de abril.

Mientras tanto seguiré leyendo el Tríptico Romano.

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Gracias por añadir cordura a las quijotadas.