jueves, 10 de septiembre de 2009

Lope


Hay veces en las que uno se para a meditar lo que lee. Es algo que se debería de hacer mas a menudo pero que pocas veces hace. Cada día me sucede más y además me gusta que me suceda. Solamente así uno gusta, aprecia y siente lo que reflejan o cuentan las páginas que la vista acaricia.
Últimamente me pasa muy a menudo esto de la reflexión profunda y casi siempre es el mismo autor quien me transporta a otro mundo, me conmueve o me da que pensar y admirar. Lope Felix de Vega y Carpio.
Maestro de maestros, de todos los maetros que haber podrá sobre la faz de la tierra.
Sufro y siento con el por ver en el hablar de su pluma un espejo de mi vida, salvando las distancias.
Hombre tan humano como divino. Puro corazón para todo. Vivió aceleradamente y creó lo que nadie ha creado. Biografía y obra son desmesuradas en este sentido.
Sufrir de amor. Lope me enseño a sufrir. “suelta mi manso mayoral extraño…” es el primer soneto que creo haber leído de Lope.
Uno se queda perplejo cuando ve a un personaje así: un donjuán nato, elegante, atractivo, inquieto, sacrílego, adultero como es este hombre. Un hombre que arrepentido escribe rozando la cima que bien pudiera poner un san Juan de la cruz en la literatura mística.
Lope hace temblar al corazón y estremecerse al alma. Sin remedio. Su pluma es la espada que a todo ser humano penetra. Conmueve sin remedio. Lope respira dolor y escribe dolor, respira vida y plasma vida. Extremos, el mismo lo dice.
La amargura de sus últimos años la vivió solo. Preocupado por ser sacerdote amancebado con una niña de 18 años a la cual tuvo que cuidar al quedarse ciega y enterrar, septuagenario, cuando murio sin cumplir los veinte tras dos años de triste locura. El amor de su otoño se llamo Marta de Nevares.
Tuvo que enterrar a muchos sus hijos, tuvo más de un decena, después de trabajar a destajo apara mantenerlos a todos con sus correspondientes madres. A todos los enterró menos a una, Marcela, monja, la única que le sobrevivió. Vio fallecer a sus nietos, entre ellos un capitán del ejercito que murió en Milán luchando por el rey.
Así nos quedan poemas como la elegía Lopillo, su hijo predilecto, que conmueve hasta al mas frió corazón.
Mure Lope en 1635, septuagenario, acuciado por deudas, penas y desgracias, temeroso de dios y desengañado del mundo. Nunca vio colmadas sus aspiraciones cortesanas ni sus pretensiones como literato. Si bien el pueblo siempre lo adoró nunca fue apreciado realmente por sus colegas poetas como un poeta culto.
Fue poeta del pueblo, pueblo que sintió sin duda su marcha de este mundo y su entierro en una infame fosa común de la cual ya no sabemos nada.
Non podemos rendir homenaje con una simple rosa al más prolífico escritor de la literatura española y universal, no tenemos lápida, ni huesos. Lope se perdió para siempre. Nos queda presente hoy en sus poemas y como nadie lo ha conseguido nunca Lope ha conseguido que en cada verso escuchemos su voz, esa que nunca conocimos pero que sin duda sabemos que es suya.
Espero que estés, maestro recitando en el cielo a todos aquellos a los que amaste y Amaste.
Salve Lope Félix, príncipe de los poetas.

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Gracias por añadir cordura a las quijotadas.