Me gusta este poema por sentirme muy identificado con lo que dice. Me lo recitó un novicio jesuita en un encuentro poético con enfermos mentales que hicimos en marzo. Vino con una interna del psiquiátrico Benito Menni y la señora, sabiéndose trastornada, ofrecía su trastorno, ojo, su trastorno, AMDG. Admirable. Recitaron entre los dos un poema precioso poema elaborado por ellos y remató el hijo de San Ignacio con las rimas de la gran Gabriela.
Cierto que es que ante sufrimiento, muchas veces, nos creemos las personas más infelices del mundo, nada nos sale bien, parece que la suerte se la hubiera tomado contra nosotros. Y nos quejamos, yo el primero. Pero ¿que explicación vamos a pedir a uno que ha sufrido todo lo que humanamente se puede sufrir? Ninguna. Solo nos queda unir nuestro dolor a Él y seguir.
El dolor hace más hombre al hombre. El dolor hace al hombre ser consciente de su vulnerabilidad y además lo dota de un algo más divino que humano, una capacidad extraordinaria de seguir en la lucha, de ayudar y entender.
Los que convivimos con enfermos lo sabemos y al fin y al cabo el hombre tiene la opción de aceptar el dolor como quiere. O hundirse o enfrentarse a el, “yo controlo hasta donde me harás sufrir”.
Con vosotros Gabriela Mistral:
En esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.
¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?
¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?
Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mí todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.
Y sólo pido no pedirte nada,
estar aquí, junto a tu imagen muerta,
ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta.

Joder, es cojonudo
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